Intenté contárselo desde un principio, lo juro.
Ella estaba allí en el suelo de la habitación, tenía aquella pollera aldeana con unos girasoles estampados que tanto me gustaban y sus rizos le caían cubriéndole el rostro, estaba absorta mirando un álbum de fotografías.
No sabía cómo empezar, estuve dando vueltas a su alrededor y tratando de encontrar las palabras para decírselo.
Ella estaba allí en el suelo de la habitación, tenía aquella pollera aldeana con unos girasoles estampados que tanto me gustaban y sus rizos le caían cubriéndole el rostro, estaba absorta mirando un álbum de fotografías.
No sabía cómo empezar, estuve dando vueltas a su alrededor y tratando de encontrar las palabras para decírselo.
Quería contarle la verdad, el por qué real, quería que ella entendiera mis razones, pero ¿Cómo hacerlo?
Tenía los ojos cansados y suspiraba por ratos, por lo que la conocía sabía que estaba molesta y con los últimos tristes acontecimientos supongo que estaría más molesta conmigo que con cualquier otro mortal.
Estaba pensando abrazarla simplemente, sin decir nada.
Rodearla con mis brazos y sentir su dulce aroma de jazmín, su tibia piel.
Pero sospechaba que no lo merecía, no después de aquello.
Que injusta suelen ser a veces las decisiones que tomamos en un impulso,
Sin pensarlo acaso.
Entonces me quedé allí mirándola, mirando mis dedos blancos, deteriorándome por dentro, sintiendo todo el peso del pasado aplastándome.
Ella ladeó la cabeza y levantó la vista al fin.
Era el momento tendría que decirlo,
No habría aplazamiento,
Tendría que armarme de coraje,
Entonces extendí mis manos temblorosamente hacia ella
Y… ¡Horror!
Me asaltó la nefasta duda:
¿Podría verme? ¿Oírme acaso?
Ahora que estaba muerto, aquello era muy duro para mí.