Cristiano entró a la iglesia
jadeante, entre los últimos bancos se acomodó como pudo. (Allí no lo encontrarían tan fácilmente)
Cerró los ojos e inspiró el aroma
tenue del incienso quemándose (más una
vez, solo tú y yo Señor, no me dejes verlas, no me dejes verlas, amén)
Intentó no mirar a los costados,
sabía que estarían por ahí, en cualquier momento las pequeñas criaturas
descarriadas poblarían el recinto sagrado.
(Ellas,
siempre tan inapropiadas, con esos pequeños bustos incipientes y esos labios
como cerezas, pequeñas diablitas dispuestas a seducirme, no cederé Señor, no
cederé a la tentación, amén)
Sudaba, temblaba, absorbido en la tarea de juntar las manos, tratar
de no pensar en “Ellas”.
Las campanas de la iglesia
anunciaban la misa de las 7:00 hs.
Pronto sería demasiado tarde,
demasiado tarde para arrepentirse.
(No
cederé otra vez, no cederé Señor, no permitas que ellas vuelvan a embrujarme,
no dejes que vuelva a probar esas carnes blandas, esa sangre tibia)
Poco a poco un corro de niñas iban empujándose
al entrar, torpemente llegando hasta Cristiano, sacándolo de su estupor.
-¡Profesor!- dijo una pelirroja
pecosa y le tendió la manita alcanzándole un chupetín- ¿Empezaremos pronto la
catequesis?
Cristiano sonrió (Demasiado tarde, demasiado tarde Señor)