Era un primero de agosto, lo
recuerdo puesto que todos los primeros de agosto suelen ser iguales. Había un
ventarrón extraño, de esos que vienen del Norte y hacen ulular pequeños sacos
plásticos en los baldíos.
No recuerdo si había luna, o la
recuerdo en partes, recortada entre el los bloques de los edificios. Lo que con
claridad se quedó en mi memoria fue el olor; si, la noche olía a tierra roja mojándose,
quizás por el viento o la nostalgia, ¿Quién sabe?
Estaba cansado, el día había sido
largo, caminaba por entre los callejones oscuros arrastrando los pies
pesadamente, en cada esquina un guardia nocturno aparecía detrás del pequeño
fulgor de su cigarro (podía oír la estática de sus radios zumbando bajito)
Doblé como de costumbre en la última
cuadra, decidido a llegar a casa antes de que se desatara la tormenta, los
arboles silbaban su melodía de hojas entrechocadas, yo solo pensaba en llegar.
Algo en ese mismo momento ocurrió,
para conmoción mía, no sabría realmente calificar el evento, no hay palabras
que se ajusten a lo que pude presenciar.
Intentaré explicarlo diciendo que “ella”
surgió de la nada, había en sus ojos tanta tristeza que no pude más que atinar
a mirarla detenidamente.
Me sonrió, como suelen hacerlo las
mujeres cuando saben que su tiempo ha pasado y que solo les resta aquel
instante (lo sé porque eh conocido a la mujer que la muerte un día me arrebató)
De su aspecto nada puedo invocar a
no ser su belleza melancólica y su mechero de plata brillando en la oscura
esquina que mis ojos prepararon para que sea suya.
Lo digo así, lo digo distendidamente,
es la única manera que tengo de no perder el juicio, dado que desde aquí no hay
mucho que pueda hacer para cambiar lo que ocurrió.
(Sé que algo en ella hizo que
volviera a verla, a “ella”, la otra)
Y Ahora la miro en mi cama, parece
dormida, como parecía la otra, pero sé que no duerme…no duerme.
Es por eso que yo ya no lucho en
contra, siempre que lo hago pierdo.
Por más que mis deseos sean intensos
y por más que intente aferrarme a ellos, siempre pierdo.
No son solo mis herramientas de
trabajo las que me traicionan, no.
Estoy convencido de que son mis
propias manos, sí, ¡las mías! las que tejen esta trama grotesca confabuladas
con “ella” a la que nunca puedo vencer.
Siempre termino derrotado, “La
Muerte” es una tramposa, al final siempre me arranca a todas aquellas a las que
decido amar, siempre cada primero de agosto.