Sarah se miró al espejo, contemplándose se
sentía algo perdida.
No sabía si seguía siendo ella,
había pasado tanto tiempo.
L0s sonidos en el piso de arriba le
llegaban amortiguados, difusos.
Arañó la pared desconchada, se
dispuso a masticar un puñado de ladrillos (aquello la tranquilizaba)
La humedad de la estancia había
provocado una suerte de moho en sus vestiduras, tenía las rodillas lastimadas y
en los pocos lugares que aún no se había arrancado el cabello resaltaban unas
mechas rojizas, ralas.
El sótano que alguna vez le había
servido de escondite, ahora era su morada y al recordarlo perdía su mente en una
especie de sueño, algo que despierta no recordaba.
Tomó de vuelta la escopeta, se sentó
en la mecedora, sabía que aún le sobraban insumos para un tiempo, pero lo que
no sabía era ¿hasta cuándo tendría que esperar?
En ese instante el picaporte de la
puesta hizo un sonido seco. Estremeció-se, el horror le subió con una oleada de
frío por todo el delgado cuerpo.
Ahora lo que le separaba del mundo
afuera, el mundo del que ella había huido era esa puerta.
Sabía que lo que sea que quisiera
atravesar allí no estaba vivo, no más.
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