jueves, 16 de diciembre de 2010

"Arboles encendidos"

Deambular por el parque nocturno (ojos y ojos se posan sobre otros ojos desprevenidos).
 Estancados en un callejón  donde en la oscuridad brillan navajas anónimas.
(¡Ay! Angustia  y desesperación tomando el mismo taxi a las tres.)
Volver el cuello y sentir el escalofrío de no ver a nadie, sin embargo, presentirlo.
Sentir crujir las ramas de los árboles bajo nuestros pies (noche de vientos que susurran de forma fantasmagórica).
Una mano crispada, la otra cubriendo el rostro, dos cuerpos que no se reconocen entre tantas tinieblas.
¡Horror! En la yugular sentir el nylon  de la muerte, la última bocanada de aire, ver las estrellas algo borrosas confundidas entre los árboles (¿acaso como árboles encendidos?).

martes, 9 de noviembre de 2010

"Asilo"


-No te atrevas a encenderle ese cigarrillo-la voz chillona de mi hermana casi perforó mis tímpanos, entorné los ojos y bajé el encendedor derrotistamente, papá me miraba desde el fondo de sus ojos acuosos y estáticos, parecía que a pesar de su “diagnóstico” podríamos seguir comunicándonos como lo hacíamos siempre, solo que de esta vez no habían risas burlonas y el sol de la siesta lo dejaba con un aire más melancólico.
Enfundada en su gabán “burberry” y sus gafas enormes mí hermana estaba muy parecida a una abeja gigante, mientras parloteaba frenéticamente sobre las responsabilidades que de ahora en adelante significarían cuidar a papá. (Me parecía que al pronunciar esa palabra fruncía algo su respingada y empolvada nariz)
Tomé sus manos y deposité en una de ellas (sin que la bruja de mi hermana se dé por enterada) mi encendedor amarillo, se me ocurrió que el pobre casi sonreía de felicidad.
-Pero como te dije  Moira habrá que ver cómo hacemos con el tema de pagar este lugar que no es barato para nada-desde lejos me llegaban sus palabras con olor a Channel, dinero esto, dinero aquello, Edith solo sabía hablar de dinero.
Papá no hubiera querido terminar sus días en esta mohosa clínica, la partida de mamá lo había afectado de tal manera que ahora estar aquí le daba igual.
-Bueno yo me voy, cuida de que no tome mucho sol-hablaba como si él no estuviera allí, como se habla generalmente cuando están los niños. Se marchó.
-Ok-suspiré, me senté a su lado y encendí un cigarrillo, él se puso el suyo en la boca y temblequeando sus rugosas manos encendió el suyo, me miró por un rato, después de una bocanada ladeó la cabeza  y se quedó mirando mis manos.
-Me gustan tus manos Érica-dijo con voz carraspeada, (siempre me llamaba por mi segundo nombre no sé por qué, quizás porque mi  primer nombre era el mismo que el de mamá.)
-¿Pondrás violetas en el jarrón? La pieza es bastante oscura y me da miedo cuando viene ese enfermero gordo con sus pastillas…
Mi corazón estaba tan chico que no sabía cómo mirarlo, a él que me leía con ganas a Saint-Exupery  ( yo quería también ver al elefante al que se tragó la víbora)
Sentía que la siesta, la tarde, la noche…todo era tan igual allí, el tiempo era algo como una circunferencia, la serpiente que se traga su propia cola, ahora yo era papá cuidándome y él era yo con miedo a los enfermeros.
El banco era duro y el lapacho tapizaba el jardín con sus violetas flores, una brisa tibia me rozaba las mejillas, me gustaba el silencio de estar con él, el olor a su colonia y sus pantuflas de franela, sentir su hombro que tantas veces había sido mi lugar de desahogo.
Érica, mi niña pobre- el viejo había estado mirándome y me descubrió escudriñando el cielo lapislázuli.
Le acerqué la revista dominical que tenía en la falda y le di un beso sonoro en la calva, mientras extraía el frasco de mi bolsillo.
Me voy-dije mientras poniéndome de pié alisaba mi camisa.
¿Me traerás más cigarrillos? Aquí no me los quieren dar-dijo él como enfurruñado.
Si papito- le sonreí – ahora tómate tus medicinas- le dije dándole las pequeñas pastillas.
La toxina butolínica no tardaría en hacer con que su sistema nervioso por fin falle y deje de funcionar-En eso pensaba mientras me tomaba un cappuccino sobre la acera soleada del café Vienés.

martes, 2 de noviembre de 2010

"Simulacros"

La habitación está infestada de jóvenes y ni tanto, “hombres” en un contexto general, todos ríen, se codean, -congenian.
Reunidos en un espacio no del todo cómodo, sin embargo están extasiados,
Hasta se  puede sentir el aroma de sus testosteronas en el ambiente narcotizado.
El más fortachón de todos toma el control y carraspea sonoramente, todos hacen silencio, como si de una reverencia se tratase.
Un flaco de rostro anguloso atraviesa dificultosamente la pila de cuerpos apiñados en la pequeña sala y llega hasta él. Lo mira por sobre sus gruesas gafas de molduras y ensaya una media sonrisa.
Todos suspiran como si con esa actitud el tiempo se detuviera entre los dos “contrincantes”.
Nadie dice nada, todos esperan.
El fortachón analiza el semblante del desafiador y no se inmuta, simplemente le tira el control del “playstation”  y bafea.
Así comienza los sonidos repetitivos  de los dedos furiosos contra los botones.
Los ojos de todos están como hipnotizados con la  pantalla del televisor, sangre virtual se refleja en ellos.
Ansiosos, furiosos, así se los ve, hay algo de ritual en cada reunión de  juegos.

*Sin embargo yo sé la verdad, porque también fui uno de ellos, uno de esos aficionados, sé que lo que los mueve no son las ganas de jugar, son las ansias de dominar, de matar…de ser impunes.
Sé lo que corre por nuestras venas de negra sangre cuando el enemigo está ahí y el poder de su vida está en nuestras manos…
Hace 67 días, 1 hora y 3 minutos que he dejado de jugar,
No sé si me encontrarán aquí en este parque oscuro, pero lo que sí recuerdo es la cara de mi contrincante en la última batalla virtual que tuvimos, aunque su navaja  no parecía muy ficticia… ¿o no o recuerdo con claridad?

jueves, 26 de agosto de 2010

"El retorno"


La luna vomitaba su enfermiza luz sobre la arena castaña.
Toda esa inmensidad plateada cabía en sus ojos oblicuos en la noche. Él estaba solo, tan solo como quería.
Desde la fría piedra en la que se había desplomado oía el mar aturdirle.
 Extraña estela: su delgado cuerpo, su negra cabellera esparcida cual calamar muerto.
Del muelle le llegaba el aroma pútrido de madera y peces muertos,
Era el perfume de su angustia y él lo reconocía.
Revolvió los bolsillos y encontró el papel arrugado que contenía el motivo de su desesperanza.
-“Ella”-(suspiró)…
Ahora todo le parecía inútil y sin sentido.
Se incorporó lentamente, dentro del puño cerrado, el celuloide del olvido, el dolor echo líneas.
Ahogó un grito tomándose de las rodillas acercando la frente sobre ellas,
Aquello dolía, más de lo que él podía soportar.
El castañeo de sus dientes era una  melodía repetitiva, su cuerpo entero convulsionaba en una rabia antigua, una rabia tan poderosa que lo mantenía aún con vida.
El viento era espeso y salado, el  sentía como chicoteadas cada embuste de este sobre su rostro filoso.
Miró su reloj, como queriendo sopesar el tiempo.
Escudriñó el horizonte negro y vacío, algo en su interior iba creciendo y tomando forma.
De pronto vio una silueta  algo borrosa  que se acercaba de forma silenciosa.
Ladeo la cabeza, para su sorpresa pudo reconocerla rápidamente, era “ella”.
La reconocería en cualquier lugar, en cualquier mundo, en cualquier vida que le tocase volver a vivir.
Su piel clara era casi fosforescente, su cabello cobrizo flotaba irreal, tenía la misma ropa que la última vez que se vieron, en la mano izquierda portaba un relicario (él recordaba aquella pieza, le había regalado el último cumpleaños).
Aquellos ojos torturados lo miraron fijamente, el tiempo exacto de toda la eternidad en una fracción de segundos.
Trató de entenderla al menos por aquella vez, quería poder ser parte de aquello que la aquejaba, del horror que la recubría.
Pero no pudo articular ni una sola palabra.
Ella extendió el delgado brazo para alcanzarlo.
-¡No!- gritó él y de un salto se puso en pie.
-¡No!- volvió a gritar.
Toda su mente era una maraña de pensamientos incoherentes,
¿Por qué ella volvía?
¿Por qué ahora?
Aflojó lentamente el puño, miró el arrugado papel, luego la miró con lástima.
Ella entreabrió los labios y para su espanto de ellos un sonido gutural y nefasto brotó.
La vio aterrorizado disolverse en la castaña arena.
(Ahora lloraba tibia, amargamente; volvía a leer aquellas letras, aquel recorte del periódico maldito:
“Joven termina trágicamente con su vida, circunstancias aún no aclaradas.”)

domingo, 23 de mayo de 2010

"B"

(El otro lado, el lado invisible.

Es tan poroso, es casi espantoso.)

Recuerdo que solía ver las luciérnagas por las noches

Cuando buscábamos algo mejor que las horas para consumir.

Tú siempre me dejabas reposar mis orejas sobre tus hombros huesudos.

Y decías que las olas que llegaban a la orilla no sabían hacer el camino de regreso por eso morían en la playa.

Yo reía, porque reír siempre fue más práctico.

Más práctico y más eficaz.

Una vez me diste una piedra muy bonita,

La guardé en el bolsillo del lado izquierdo a la altura del corazón.


Recuerdo que una noche hacía tanto frío y tú estabas tan sin mí,

Te ofrecí versos, besos, vértigos…más nada de eso te fue suficiente.

Dijiste que como las olas no sabias el camino de regreso y yo solo te escuché.

Te escuché por miles y miles de veces en tantas otras noches,

Todas las noches en que volví a la misma playa donde una vez te suicidaste.