jueves, 26 de agosto de 2010

"El retorno"


La luna vomitaba su enfermiza luz sobre la arena castaña.
Toda esa inmensidad plateada cabía en sus ojos oblicuos en la noche. Él estaba solo, tan solo como quería.
Desde la fría piedra en la que se había desplomado oía el mar aturdirle.
 Extraña estela: su delgado cuerpo, su negra cabellera esparcida cual calamar muerto.
Del muelle le llegaba el aroma pútrido de madera y peces muertos,
Era el perfume de su angustia y él lo reconocía.
Revolvió los bolsillos y encontró el papel arrugado que contenía el motivo de su desesperanza.
-“Ella”-(suspiró)…
Ahora todo le parecía inútil y sin sentido.
Se incorporó lentamente, dentro del puño cerrado, el celuloide del olvido, el dolor echo líneas.
Ahogó un grito tomándose de las rodillas acercando la frente sobre ellas,
Aquello dolía, más de lo que él podía soportar.
El castañeo de sus dientes era una  melodía repetitiva, su cuerpo entero convulsionaba en una rabia antigua, una rabia tan poderosa que lo mantenía aún con vida.
El viento era espeso y salado, el  sentía como chicoteadas cada embuste de este sobre su rostro filoso.
Miró su reloj, como queriendo sopesar el tiempo.
Escudriñó el horizonte negro y vacío, algo en su interior iba creciendo y tomando forma.
De pronto vio una silueta  algo borrosa  que se acercaba de forma silenciosa.
Ladeo la cabeza, para su sorpresa pudo reconocerla rápidamente, era “ella”.
La reconocería en cualquier lugar, en cualquier mundo, en cualquier vida que le tocase volver a vivir.
Su piel clara era casi fosforescente, su cabello cobrizo flotaba irreal, tenía la misma ropa que la última vez que se vieron, en la mano izquierda portaba un relicario (él recordaba aquella pieza, le había regalado el último cumpleaños).
Aquellos ojos torturados lo miraron fijamente, el tiempo exacto de toda la eternidad en una fracción de segundos.
Trató de entenderla al menos por aquella vez, quería poder ser parte de aquello que la aquejaba, del horror que la recubría.
Pero no pudo articular ni una sola palabra.
Ella extendió el delgado brazo para alcanzarlo.
-¡No!- gritó él y de un salto se puso en pie.
-¡No!- volvió a gritar.
Toda su mente era una maraña de pensamientos incoherentes,
¿Por qué ella volvía?
¿Por qué ahora?
Aflojó lentamente el puño, miró el arrugado papel, luego la miró con lástima.
Ella entreabrió los labios y para su espanto de ellos un sonido gutural y nefasto brotó.
La vio aterrorizado disolverse en la castaña arena.
(Ahora lloraba tibia, amargamente; volvía a leer aquellas letras, aquel recorte del periódico maldito:
“Joven termina trágicamente con su vida, circunstancias aún no aclaradas.”)

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