La habitación está infestada de jóvenes y ni tanto, “hombres” en un contexto general, todos ríen, se codean, -congenian.
Reunidos en un espacio no del todo cómodo, sin embargo están extasiados,
Hasta se puede sentir el aroma de sus testosteronas en el ambiente narcotizado.
El más fortachón de todos toma el control y carraspea sonoramente, todos hacen silencio, como si de una reverencia se tratase.
Un flaco de rostro anguloso atraviesa dificultosamente la pila de cuerpos apiñados en la pequeña sala y llega hasta él. Lo mira por sobre sus gruesas gafas de molduras y ensaya una media sonrisa.
Todos suspiran como si con esa actitud el tiempo se detuviera entre los dos “contrincantes”.
Nadie dice nada, todos esperan.
El fortachón analiza el semblante del desafiador y no se inmuta, simplemente le tira el control del “playstation” y bafea.
Así comienza los sonidos repetitivos de los dedos furiosos contra los botones.
Los ojos de todos están como hipnotizados con la pantalla del televisor, sangre virtual se refleja en ellos.
Ansiosos, furiosos, así se los ve, hay algo de ritual en cada reunión de juegos.
*Sin embargo yo sé la verdad, porque también fui uno de ellos, uno de esos aficionados, sé que lo que los mueve no son las ganas de jugar, son las ansias de dominar, de matar…de ser impunes.
Sé lo que corre por nuestras venas de negra sangre cuando el enemigo está ahí y el poder de su vida está en nuestras manos…
Hace 67 días, 1 hora y 3 minutos que he dejado de jugar,
No sé si me encontrarán aquí en este parque oscuro, pero lo que sí recuerdo es la cara de mi contrincante en la última batalla virtual que tuvimos, aunque su navaja no parecía muy ficticia… ¿o no o recuerdo con claridad?
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