martes, 22 de diciembre de 2009

"El visitante"


Intenté contárselo desde un principio, lo juro.

Ella estaba allí en el suelo de la habitación, tenía aquella pollera aldeana con unos girasoles estampados que tanto me gustaban y sus rizos le caían cubriéndole el rostro, estaba absorta mirando un álbum de fotografías.
No sabía cómo empezar, estuve dando vueltas a su alrededor y tratando de encontrar las palabras para decírselo.
Quería contarle la verdad, el por qué real, quería que ella entendiera mis razones, pero ¿Cómo hacerlo?

Tenía los ojos cansados y suspiraba por ratos, por lo que la conocía sabía que estaba molesta y con los últimos tristes acontecimientos supongo que estaría más molesta conmigo que con cualquier otro mortal.

Estaba pensando abrazarla simplemente, sin decir nada.
Rodearla con mis brazos y sentir su dulce aroma de jazmín, su tibia piel.
Pero sospechaba que no lo merecía, no después de aquello.
Que injusta suelen ser a veces las decisiones que tomamos en un impulso,
Sin pensarlo acaso.
Entonces me quedé allí mirándola, mirando mis dedos blancos, deteriorándome por dentro, sintiendo todo el peso del pasado aplastándome.
Ella ladeó la cabeza y levantó la vista al fin.
Era el momento tendría que decirlo,
No habría aplazamiento,
Tendría que armarme de coraje,
Entonces extendí mis manos temblorosamente hacia ella
Y… ¡Horror!
Me asaltó la nefasta duda:
¿Podría verme? ¿Oírme acaso?
Ahora que estaba muerto, aquello era muy duro para mí.

domingo, 1 de noviembre de 2009

“Deseos de cosas sanas”

En el exacto momento en el que sus ojos fueron adquiriendo el color de la duermevela me sorprendí con náuseas apreciando la fina hebra de luz que traspasaba la rendija de la puerta y se posaba en su pecho.
Más una noche, como otra de las tantas en el que excedidos de todos los excesos posibles rendimos culto prolijo a la lujuria.
Detesto sentirlo así, respirando entrecortadamente a mi lado, calentando mi ya recalentado lecho. Detesto tener que cambiar las sábanas cada vez que él se marcha hacia vaya a saber Dios donde. Detesto todo esto.
Hace calor afuera, el cielo habrá despuntando su aurora, pronto los ruidos de la ciudad van a colarse por las persianas, pronto se irá- me repito mentalmente como quien recuerda un trabalenguas.
Como me pone de mal humor este ser, como me fastidia la existencia, aquí durmiendo a mi lado como un bastardo.
Que ganas de abrirle las vísceras y dejar que sangre hasta la muerte.
Que ganas de partirle el hocico a martillazos…que ganas…
-¿Duermes corazón?
No cielo, aquí estoy pensando…en cómo voy a extrañarte cuando te vayas.
-Pero volveré corazón, ya lo sabes…
Si…ya lo sé.
(Apreté dulcemente el cuchillo debajo de la almohada, pronto volvería)

martes, 6 de octubre de 2009

“Primavera.”

Carmine empezó a sospechar que aquel sería un mal día cuando después de desnudarse se metió en la tina, el agua estaba tibia y le parecía un alivio para sus adoloridos músculos.
Sumergió la cabeza casi por completo y luego de algunos segundos volvió a salir a la superficie boqueando.
Trató de calmarse, pero estaba al borde de una crisis histérica.
Sentía tantas cosas inclasificables, de forma automática tomó la esponja enjabonada y la restregó frenéticamente por la piel que iba adquiriendo un tono rojo intenso.
De repente se sobresaltó, creyó oír un ruido sordo en la habitación contigua, aguzó los oídos y se quedó inmóvil, sin poder ni siquiera respirar.
Esta atrapada por el pánico, volvían las imágenes de la noche anterior a reptar hasta su fragilizada mente.
¿Estaba muerto?
¿Realmente lo estaba?
Suspiró hondamente y alargó lentamente el brazo, cogió la toalla y se puso de pie.
Estuvo contemplando su imagen en el espejo, tenía una ceja partida y algo hinchada, fuera de eso, el único rastro de violencia era el que sentía en el dolor del cuerpo, en las vísceras, en la mismísima alma.
Tomó un frasco de Valium del botiquín, se tragó una píldora y se quedó mirando al espejo.
Dios- murmuró para sí misma y cuando sus ojos empezaron a desbordarse en lágrimas volvió a vivir el terror.
En la oscuridad de la habitación una mano tiraba furiosamente de las mantas, la tomaba del pelo, la arrastraba hasta un rincón. Sentía los golpes, sentía como le arrancaba la ropa, ella trataba desesperadamente de defenderse, era inútil solo había oscuridad y un ser que olía a acritud, que respiraba agitadamente, que ansiaba destrozarla.
De una cosa Carmine estaba segura, la muerte rápida podría ser más dulce.
En un impulso, sin darse cuenta de sus actos, asió el velador que tenía a mano y lo reventó contra la cabeza de aquel agresor invisible.
Inhaló, exhaló… recordó las clases de yoga, siguió mirándose al espejo, esta vez algo muy parecido a una media sonrisa se dibujó en su rostro.
Leo, Leo…te dije que habíamos terminado- canturreaba ella mientras bajaba los peldaños de la escalera.
Envuelta en la toalla fue hasta la cocina, abrió el refrigerador y tomó una botella pequeña de cerveza, la destapó y se dispuso a beberla.
Apoyada contra la ventana miraba como unas flores violetas muy pequeñas iban cayendo lentamente sobre el césped del patio.
Primavera-pensó Carmine.
¿Qué has dicho?-Gritó ella al vacío de la estancia.
Fue hasta el freezer y levantó la tapa de aquel cubículo, miró adentro unos minutos.
Brazos, piernas y otros miembros ahora eran un bulto raro y el hielo había formado una costra blancuzca sobre él.
Perdón Leo, no te escucho- dijo-Una risa histriónica se esparció por toda la casa.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

“Cronología.”

Lloviznaba tenuemente en la siesta, Lautaro estaba fumándose su cigarrillo muy detenidamente, casi como un ritual, mirando absorto por la ventana. Por ratos miraba a Juno que estaba inquieto en la habitación, supuestamente debería estar terminando su obra del mes, pero Lautaro lo conocía muy bien, sabía que lo que ocurría era que estaba sin inspiración por lo consecuente bastante irritado.
Soltó una leve risa, meneó la cabeza y continuó apeado al vidrio.
-¡Tú no puedes jugar!- Le vociferó la niña mala.
-¿Por qué? – preguntó tímidamente el niño, casi lagrimeando.
-Eres niño, los niños no juegan con las niñas- sentenció la pequeña brujita de dos colitas.
En ese momento tenía 8 años y no entendía mucho de la vida, pero estaba seguro que aquello era injusto, sin embargo calló, calló tanto y por tanto tiempo, simplemente se cansó de discutirlo, de buscar respuestas, se dejó ser.
A la larga concluyó que algún día tomaría revancha, algún día volvería a hablar.
Pero eso no tenía importancia, se sentía mejor hablando consigo mismo.
Los doctores decían que podría ser autismo, o algún otro síndrome de nombre complicado.
En el fondo Lautaro sabía que era solo su técnica de aislamiento auto -infringido.
Soportó por muchos años los azotes de aquel padre borracho, los llantos incesables de aquella madre cobarde, peros siguió callando, ya llegaría su hora de hablar.
La adolescencia no le pareció muy distinta a la infancia, se dio cuenta que la maldad de las personas y la incapacidad de éstas para aceptarlo seguía siendo igual.
Sin embargo no contó con un factor, el tiempo lo fue tornando un joven demasiado hermoso para lo que se podría llamar normal.
Sus ojos tan verdes que casi parecían transparentes, sus labios rosados y una sonrisa que muy pocas veces la usaba. Por descaso tenía el pelo largo y rubio casi llegándole por debajo de los hombros.
Lo más irónico es que él o bien no tenía conciencia de su belleza o bien no le importaba en lo mínimo.
Había continuado a ser un huraño y mudo joven. Tan desaliñado y enajenado que la gente huía de su posible compañía, sin saber que eso no ocurriría nunca, por más que los planetas se alinearan. Lautaro se alejaba de ellas como el Diablo de la cruz.
-Es hora- dijo él pastosamente, con una voz tan celestial que al oírla su madre casi se desplomó en el suelo.
En 16 años había perdido toda esperanza de oírlo pronunciar una palabra, pero él estaba allí en medio de la sala mirándola con sus enormes y estáticos ojos verdes.
Si se hubiera fijado más detenidamente se hubiera dado cuenta de aquel cuchillo en su mano, de su esposo tendido un poco hacia la derecha de la sala, pero estaba tan perpleja cuando volvió de la feria y escucho a Lautaro hablar que ni siquiera pudo entender el frío metal atravesándole el vientre, haciendo brotar la tibia sangre. No, nunca entendió nada.
La policía supuso que había sido un asalto, el joven no había pronunciado ni una sola palabra durante el interrogatorio. Los vecinos explicaron que aquel adolescente era mudo y retraído con posibles disturbios mentales, pero sumamente inofensivo.
Así quedó el caso.
Apagó el cigarrillo en el cenicero y se alejó de la ventana, volvió a mirar a Juno que ya estaba más tranquilo, casi como un niño escribiendo sobre la mesa.
Suspiró, trató de pensar que era lo que le despertaba aquel chico de la capital que se había instalado sin muchas vueltas en su casa un sábado cualquiera.
Se habían conocido en un museo y luego terminaron en un bar, que terminó en su cama, que terminó en la semana en una mochila y muchos cuadernos dispersados por la casa.
-Es increíble- dijo Juno dando un puñetazo leve a la mesa-¿Tienes idea de lo difícil que es no estar en un día bueno para escribir? Y lo miró con los ojos enrojecidos.
Lautaro, le pasó la mano por la nuca y asintió con un cabeceo casi imperceptible.
-Lo siento – se disculpó Juno, que seguía convencido que aquel hermoso y bien acomodado joven era lo más bueno que le había pasado nunca, encima era mudo, no discutirían nunca.
Lautaro lo dejó a Juno con su rabieta en la sala, salió al jardín que estaba muy mojado, sintió las finísimas gotas de llovizna en la cara, sin embargo siguió caminando tranquilamente por el sendero del costado que llevaba al río. Se había mudado a la antigua casa de veraneo de sus padres poco después de la muerte de estos. Como no tenía parientes que reclamaran nada había quedado huérfano y millonario a la vez, cosa que no le molestaba, lo había planeado muy bien.
En cuatro años Juno fue el primer compañero que él se atrevió a conservar, no el primero, pero no quería recordar los otros, cuando lo hacía siempre había daños colaterales, decidió entonces que mejor no recordar nada hoy, la tarde oscura era demasiado bella, era mejor que siguiera siendo.
El día en que cumplió 15 años Lautaro recibió un extraño regalo, no lo esperaba cuando sus compañeros de colegio lo subieron a la rastra a una furgoneta, simplemente trató de defenderse pero ellos estaban en mayor cantidad. Soportó como había soportado tantas cosas en silencio, pero se encargó de memorizar cada rostro sudado que lo molía a palos, se centró especialmente en aquel que lo había sodomizado con una botella.
Ese invierno la cuidad estaba con los pelos de punta, habían ocurrido 5 asesinatos en el colegio de Lautaro y lo peor era que la policía estaba con las manos atadas, todos ellos tenían la misma firma, pero el asesino era tan astuto que no había dejado el menor rastro.
Lo disfrutó inmensamente al mirar a los ojos del pelirrojo llenos de terror (antes de hacer una escultura con sus vísceras en su habitación) y pronunciar solemnemente:
-Es la hora.
El río estaba turbulento como siempre, le gustaba quedarse en el barranco y mirarlo con devoción. El se sentía parte del río, silencioso y turbulento, corriendo, corriendo…él era el río.
Estaba sentado con las piernas cruzadas en posición de Loto, se soltó el pelo que lo llevaba recogido en la nuca. Había parado de lloviznar, encendió otro cigarrillo y volvió a suspirar.
-Sentía la mano huesuda ceñirse más y más al cuello, sentía que perdía la noción de todo a su alrededor, era dulce sentir la muerte llegando, besándole la oreja.
-¡Maldito bastardo! Gritaba el hombre. ¿Crees que soy estúpido?
¿Acaso piensas que he criado un hijo para ser un poeta maricón?
La mano apretaba más y más, Lautaro se desvanecía. La madre estaba muy quieta con la cuchara de palo en la mano en el umbral de la habitación.
-T e he oído recitando la madrugada pasada, todos estos años y yo creyendo que solo eras un estúpido mudo, Violeta la culpa es tuya, criaste a un imbécil que encima se mofa de nosotros.
La madre ahora lloraba apretándose el delantal- Es solo un niño Marcel, lo estas lastimando. Estás ebrio sabes que nuestro Lautaro no habla pobrecito.
La mano lo soltó, Lautaro sintió como el aire volvía a entrarle por los pulmones, la muerte se alejaba guiñándole un ojo.
Sentado allí en el borde de aquel inmenso río Lautaro sacó de su bolsillo una pequeña libreta forrada en cuero y empezó a recitar con aquella voz ronca que poseía.
Alma lacerada ¿Qué has hecho de tus jóvenes unicornios?
El pueblo de tu origen aun sigue allí; con sus verdes prados y armoniosos ríos, llamándote, llorándote.
¿Qué te ha negado el mundo por lo que escondes en tus pupilas tanto rencor?
¿Qué hay de toda esta música que sin cansarte alma, entonabas?
Bien sé que en el fondo aun belleza anidas, que nunca estuviste más escondida
¡Libérate entonces alma celestial!
¡Deja que en tu río los ángeles vuelvan a cantar!
Soltó una carajada limpia y se levanto dispuesto a volver a la casa.
Caminaba lentamente silbando un viejo tango, estaba de muy buen humor.
Sabía que después de la cena para Juno “sería la hora”.

martes, 26 de mayo de 2009

Sepia

¡Que no!-grité-en la habitación oscura y vacía, el eco de mi voz lejano y agonizante me dio escalofríos.
Grité que no porque en ese instante estaba pensando en Moira y en todas esas cosas que me hacían detestarla y desearla a la vez.
No, no quería volver a sus pies a suplicarle que volviéramos a nuestras bohémicas tardes de consuelo mutuo. El consuelo de tener un alma perdida como la nuestra, libertina y a veces histérica.
¡Ah! Como me podía Moira, ella podía todo conmigo, cuando abría muy seria sus inmensos y gatunos ojos, mi pulso congelaba todas sus funciones.
Sus gestos eran estudiados, era como si me quisiera idiotizar a cada movimiento de sus delgadas manos, a cada lento paseo de su rosada lengua por sus desconcertantes labios. Cuando ladeaba la cabeza coronada de hebras color trigo y reía.
Ella tenía ese poder y para mi joven desgracia ella era plenamente consciente de ello.
¡Que no! Me repetía una y otra vez a mí mismo, quería creer que no estaba tan obsesionado como podría parecer, mientras me decidía a escuchar algo de música para distraer la mente por lo menos un rato.
Pero allí estaba ella, desparramada en todas aquellas notas, era Moira en cada acorde, en cada frase, toda ella cabía en una canción.
Llevando mis nudosos dedos a las sienes lloré...era insoportable toda la belleza y el dolor de oír la misma música que oíamos juntos.
Era recordar como dos manos algún día estuvieron unidas. Como dos ramas de árbol, juntas más distanciadas a la vez.
Era tan desgraciado, lo sabía, pero había algo perversamente placentero en saberme desgraciado.
Saber que mi desgracia sería algo importante en mi vida miserable, un motivo para levantar la nariz y brindar. Eso es linda Moira, soy tan desgraciado gracias a ti...
Las últimas notas de la canción se estaban desvaneciendo junto con la tarde aturdidora,
Junto con los últimos recuerdos y con la poca coherencia que me restaba.
Me asfixiaba dentro de mis jeans y la remera se me pegaba al cuerpo como una reptil piel.
El vaso de whisky sudada y me empedernía en terminarlo una y otra vez para volver a llenarlo, el señor de galera me miraba muy sobrio desde su botella a medio llenar, ¿o vaciar?
Tanto daba, tanto daba todo, la tarde, la noche todo era mareo ya, todo era ganas de saltar por el balcón e ir en busca de Moira.
Pero recordé en medio de mis nauseas algo que era como un sueño, o solo una alucinación azucarada, llena de moscas. Algo que me ardía en el pecho, algo que solo podía ver en flashes colores sepia.
(Pero si al final de cuentas ya no había Moira, ella ya no estaba, no estaba como nunca estuvo en mi maldita vida.)
La imagen se me confundía con las gotas de lluvias distorsionadas en el cristal. Recordaba, o creía hacerlo...
Era ella, Moira seria sentada a mi lado en la cama diciéndome que sí, que yo era parte de su vida pero a su manera, era ella mirándome con esa lástima que solía mirarme a veces cuando todo lo que le ofrecía le parecía demasiado.
Era yo ahogándome en llantos como un niño huérfano y sintiendo su indiferencia filosa sobre mis hombros.
Era ella, arrancando cruelmente mi corazón y dejándolo rodar por los raudales afuera.
¡Siempre era ella!
(Eran mis nudosos dedos apretando aquel grácil y tierno cuello, apretándolos como si de esa manera pudiese dejar de amar, de amar aquel cuello hermoso, aquellos ojos gatunos llenos de lástima)
**
Dando tumbos llegué hasta la otra habitación, allí en la oscuridad pude oír una suave respiración y una ola de alivio recorrió mi espinazo.
Encendí la lámpara y observé la oscura cascada de rizos oscuros desparramados sobre la almohada, aspiré su perfume, sentí en tibio contacto de su brazo moreno.
¿Lloras mi amor?- me preguntó la joven voz de Nadia volviendo de entre los sueños.
¡No!-grité de forma iracunda, ¿cómo podía saber ella que no era Moira?
No, no lo era.
Entibiando mi cama como ella nunca lo hizo, regalándome su amor adolescente como ella nunca lo hizo.
¡Maldita sea! ¿Por qué la vida era tan sarcástica y me regalaba una cosa tan dulce e iluminada como Nadia?
¿Por qué estaba allí al alcance de mis manos?
Duérmete- le ordené mientras apagaba la lámpara y salía a tientas de la habitación.
***
Bajé jadeando hasta el jardín, allí estaba, allí estaba bajo el arbusto de granada, allí estaba ella esperándome.
Moira, mía para siempre, debajo de toda aquella tierra húmeda que tenía algo de su indiferencia, algo de su podrida esencia.

domingo, 3 de mayo de 2009

Cosas de la rutina

Tuve que correr suavemente el papel absorbente de la mesada para estudiar los intrincados detalles de las florecillas marrones en los azulejos ajados.
(No es que me interesaran aquellas aberraciones de la decoración, pero era mejor eso que mirar sus ojos opacos, perdidos en las alacenas de la cocina, justo atrás de mi cabeza.)
Sorbía pequeños tragos de café y me dolía la uña que había roído empedernidamente la otra noche.
Sin embargo lo estudiaba disimuladamente, mientras el giraba una y otra vez, bajaba hasta una repisa del fregadero y volvía a subir, tratando de recordar donde había dejado la taza.
(No es que lo haya dicho, no claro, él nunca lo decía, pero por la manera de chuparse el labio inferior podía adivinarlo)
Raras eran las mañanas en las que su humor no se interponía al café.
Una luz albina atropellaba los cristales y rebotaba en la pared blancuzca y desconchada, dándole un aspecto aun más fantasmagórico, si es que eso era posible a la reducida estancia.
El pulso le temblaba aun, al verter el agua caliente de la tetera a la taza; pude advertirlo.
(Siempre me pregunté por qué le gustaba aquella taza horrorosa con un león algo bizco y la palabra “Leo”, de un verde chillón.)
Al contemplar aquella escena, no pude más que torcer algo la boca y reír con sorna.
Dejé de intentar disimularlo y arqueando una ceja lo encaré, encendiendo un cigarrillo
(De los pocos que me restaron de la noche anterior)
Fue cuando el timbre del teléfono lo sobresaltó, lo vi marcharse en dirección a la sala de estar, su figura alta distorsionada por el humo. Suspiré.
**
Ya estaba, lo había decidido desde que oí su ronca voz esta mañana cuando lo llamé.
-Vente- me había susurrado
Y colgué el teléfono con furia, ¿Cómo podía ser tan sórdido?
El tiempo que tardó el ómnibus en llegar a su vecindario fue suficiente para sopesar todas mis posibilidades.
Y ninguna llegó a convencerme…hasta que recordé el día en que lo había conocido (algo se apretó contra las paredes de mi estómago.)
***
La tarea de reunir los granos de arenas diseminados con los pulgares me había entretenido tanto que no supe en qué momento había tomado mi codo él.
Con su delicadeza tan característica me invitaba a acompañarlo (al jardín supuse, nuestro lugar neutro)
Negué levemente con la cabeza, me deshice de su larga mano y volví a mi posición original en la butaca de la mesada.
Un leve cosquilleo en mis pantorrillas me obligó a bajar la vista hasta “Berenice”, la pequeña gata siamesa, que estaba allí como toda una deidad, exigiendo atención.
(A veces estaba casi segura de que ella me echaba más de menos que él)
-¿Te llama siempre tan temprano?-indagué tratando de que mi voz sonase descuidada.
Su rostro lívido se contrajo y pasando un mechón de su castaño pelo detrás de la oreja, suspiró.
Era como si la densidad de la mañana acompañara su respiración,
Recostado al costado de la puerta trasera. Algo parecía gritar en mi interior:
-¡Detenlo!-
No sabía cuánto tiempo tardarían las lágrimas en asomarse por mis pestañas,
Volví a sentir la uña punzante.
Sin embargo de lo que sí estaba segura era de que ya no podía seguir actuando.
***
-¿Hace cuanto tiempo que lo sabes?-arrastré cada sílaba para tratar de demostrarle que no era una gran sorpresa para mí.
Su tartamudeo me irritó aun más.
¡Sal! ¡Vamos vete!
Un cojín purpura dio contra a la cabeza de mi hermano…acababa de llegar de la noche y el olor del vino picado no fue excusa para mí.
De un portazo lo dejé afuera de mi habitación, como si el fuese el único culpable de mi desgracia.
No sé si desgracia podía ser el término, pero frustrada quizás me quedara mejor.
****
Ahora él había sacado del paquete uno de mis cigarrillos y arrugando la cajetilla, la depositó en el cenicero.
Sus rasgados ojos encontraron los míos y cuando acercó sus labios a mi oreja, murmuró apenas audible:
-Lo siento-
Volví a sonreír, ya no con la misma sorna que la primera vez. Ahora la risa era un llanto estrangulado, un sonido grotesco…
Cogiendo a “Berenice” me puse de pie, alcé la vista para alcanzar sus ojos hipócritas y lo besé en la mejilla.
*****
Volví a sentir mi maldita uña roída, pero esta vez la estudié con calma mientras el ómnibus tambaleaba por entre las calles polvorientas.
“Berenice” me echaría de menos pensé mientras tocaba el timbre.
Y el tiempo en que tardó el ómnibus en salir de su vecindario habría sido casi el mismo en que tardó mi hermano en llegar a su casa y hallar su cadáver.
03/05/09

Ansiolíticos


La nariz casi toca el pecho, (mantener la cabeza erguida cuando la jaqueca tortura no es tarea fácil…ella lo sabe.)
Tampoco la sangre estaba en los planes, a veces duele tanto la cabeza que pequeños hilos de sangre van resbalando líquidamente por el
mentón, cuello, pecho níveo (en ese exacto orden).
Tantos barbitúricos y nada de disiparse esas sombr
as grisáceas que molestan tanto, y encima como duele la cabeza, como es pegajosa toda esa sangre.
Entorna los ojos, (respirar se vuelve cada vez más
dificultoso) boquea, boquea…
El pánico transformase
rápidamente en horror, miles de imágenes se desprenden de la pared y reptan por sus blancas carnes, sus uñas tratan de
arrancárselas, que salgan por Dios -piensa ella-que salgan de mi piel estas cosas.
Quiere parar de oír esos
quejidos también, esos bramidos desgarradores
que llegan desde algún lugar de la cabecera de la cama, y la sábana que era tan blanca esta ahora manchada de ese púrpura que escurre de sus aletas
dificultándole respirar, respirar…recuerda que es el mejor ejercicio, respirar el narcotizado olor del cuarto húmedo que la acuna claustrofóbicamente.
Por fin lentamente, inocentemente, perder el conocimiento, perderse en la niebla tenue que tranquiliza los nervios, que estanca la sangre, la estanca por un tiempo dulce
.

Coma

Allí estás, estático, anclado en ese universo sin horas, no sé si duermes, o simplemente sueñas despierto.
En tus pupilas dilatadas contemplo el vidrioso brillo que las esconde de la realidad, perdidas en sus órbitas, estancadas en sus cuencas.
Allí estás, te veo mas no te siento.
Te rozo y tu piel parece muerta, seca, fría…
No sé si me escuchas desde donde estás, o si mi voz convertida en sueños recordarás.
En tus tersos labios una mueca grotesca, un intento casi frustrado, una sonrisa bobalicona.
Te miro y en el pecho me urge la necesidad de correr, de salir, de abandonarte allí donde sea que estés.
                                            **                                                 
¿Y si te dejara? ¿Acaso me extrañarías? ¿Recordarías las noches en que te he velado allí donde sea que tú estabas?
T u cuerpo permanece inerte, allí en esa tu adolescencia perpetua.
 Tus finas manos descansan (palmas para arriba) a lo largo de tus costados,
Tus hebras que algún día perfumaron mi almohada ahora se esparcen cual calamar muerto en ese lecho inconsciente que te acuna.
Quizás ni sepas que tus ropas de etiqueta te las quitaron y luces como los demás el mismo traje grisáceo (Quizás lo sabes pero ya no te importa)
                                       ***                                                  
Creo que te envidio…sí, envidio esa “nada” que te recubre como una mortaja anticipada.
Envidio ese momento eterno en el que solo “existes”.
Sin embargo esta tu cuerpo allí, extendido y respirando.
Y sé que es lo único que me resta, que me aferra a esa “afección” ilógica que me he creado con relación a ti (¿o con relación a tu cuerpo que es todo lo que ahora tengo?)
                                ****                                                    
¿Por qué decidí entonces mantenerte vivo aun sabiendo que solo vegetarías?
¿Quién sabe el verte allí se convirtió para mí la única alternativa de “tenerte”, de ser te fiel, a ti, a todo aquello que me hiciste creer, de agradecerte? ¿De engrandecer me?
Si al menos pudiese saber lo que me engrilleta a ese tu cuerpo-vegetal, si al menos tuviese un poco de empatía…quizás solo así… ¡Te mataría!
                                                                07/08/07       

"90"

Relajo...un tic que suena como aletargado...tic, tic Tan temprano y ¿qué le dice cuando entremezclado en ausencia y angustia el corazón late desesperado? ¿Que darle? ¿Morfina?¿ Diazepan?...o mas una vez...como toda vez que se oscurece : Placebo Recuerda cuantas veces volvió a darle cuerda y testarudamente  allá el ...tic, tic ¿Cuantas navajas cortaron su tibia carne una y otra vez ?
Gozó con el tibio correr, volvió a lamer las heridas después, pero ya estaba echo...lo volvió a hacer. Como aquella necesidad especial cada vez que despierta y un gusto a pesadilla aun siente en la lengua. Ahora camina en puntillas al amanecer pues las frías baldosas lastiman sus pies magullados, su nariz aprendió a reconocer el olor a mas un día perdido, le irrita sentirlo tan temprano, sin embargo no puede evitarlo... ¡no puede evitarlo! ¿Qué quieres si solo almacenó inviernos glaciares en su modesto pasado? ¿Cómo quieres que sus nudillos dejen de doler?
Tendido su cuerpo...no hay gravedad...se siente flotar, de vuelta le está devorando la realidad.
Toma unas pocas bocanadas de aire.
Sube el volumen, la música le protegerá por lo menos ahora, ahora que le lastima las retinas el sol maldito.
Sabe que llegará la noche, bien lo sabe, le excita aguardarla...
Contrae las piernas, se acurruca en el desvencijado sillón,
Volverán las imagines a poblar su mundo desintegrado, volverán, ¡Ay!
(Déjenlo escribir, déjenlo...)
No puede llorar, la garganta se le hizo un nudo pero traga saliva y sonríe.
El lado más perverso de su faz se va cubriendo de esas frases que le hacen convincente en sus roles... (El es sol, el es Luna)
tic, tic...levanta la cabeza burbujeante, otro cigarrillo y vuelve a ser el mismo, el mismo que entrada la noche se perderá en los libidinosos caminos.
Llegan las luciérnagas...llegan los pájaros nocturnos...
"Bajas al patio a mirar las estrellas".