Tuve que correr suavemente el papel absorbente de la mesada para estudiar los intrincados detalles de las florecillas marrones en los azulejos ajados.
(No es que me interesaran aquellas aberraciones de la decoración, pero era mejor eso que mirar sus ojos opacos, perdidos en las alacenas de la cocina, justo atrás de mi cabeza.)
Sorbía pequeños tragos de café y me dolía la uña que había roído empedernidamente la otra noche.
Sin embargo lo estudiaba disimuladamente, mientras el giraba una y otra vez, bajaba hasta una repisa del fregadero y volvía a subir, tratando de recordar donde había dejado la taza.
(No es que lo haya dicho, no claro, él nunca lo decía, pero por la manera de chuparse el labio inferior podía adivinarlo)
Raras eran las mañanas en las que su humor no se interponía al café.
Una luz albina atropellaba los cristales y rebotaba en la pared blancuzca y desconchada, dándole un aspecto aun más fantasmagórico, si es que eso era posible a la reducida estancia.
El pulso le temblaba aun, al verter el agua caliente de la tetera a la taza; pude advertirlo.
(Siempre me pregunté por qué le gustaba aquella taza horrorosa con un león algo bizco y la palabra “Leo”, de un verde chillón.)
Al contemplar aquella escena, no pude más que torcer algo la boca y reír con sorna.
Dejé de intentar disimularlo y arqueando una ceja lo encaré, encendiendo un cigarrillo
(De los pocos que me restaron de la noche anterior)
Fue cuando el timbre del teléfono lo sobresaltó, lo vi marcharse en dirección a la sala de estar, su figura alta distorsionada por el humo. Suspiré.
**
Ya estaba, lo había decidido desde que oí su ronca voz esta mañana cuando lo llamé.
-Vente- me había susurrado
Y colgué el teléfono con furia, ¿Cómo podía ser tan sórdido?
El tiempo que tardó el ómnibus en llegar a su vecindario fue suficiente para sopesar todas mis posibilidades.
Y ninguna llegó a convencerme…hasta que recordé el día en que lo había conocido (algo se apretó contra las paredes de mi estómago.)
***
La tarea de reunir los granos de arenas diseminados con los pulgares me había entretenido tanto que no supe en qué momento había tomado mi codo él.
Con su delicadeza tan característica me invitaba a acompañarlo (al jardín supuse, nuestro lugar neutro)
Negué levemente con la cabeza, me deshice de su larga mano y volví a mi posición original en la butaca de la mesada.
Un leve cosquilleo en mis pantorrillas me obligó a bajar la vista hasta “Berenice”, la pequeña gata siamesa, que estaba allí como toda una deidad, exigiendo atención.
(A veces estaba casi segura de que ella me echaba más de menos que él)
-¿Te llama siempre tan temprano?-indagué tratando de que mi voz sonase descuidada.
Su rostro lívido se contrajo y pasando un mechón de su castaño pelo detrás de la oreja, suspiró.
Era como si la densidad de la mañana acompañara su respiración,
Recostado al costado de la puerta trasera. Algo parecía gritar en mi interior:
-¡Detenlo!-
No sabía cuánto tiempo tardarían las lágrimas en asomarse por mis pestañas,
Volví a sentir la uña punzante.
Sin embargo de lo que sí estaba segura era de que ya no podía seguir actuando.
***
-¿Hace cuanto tiempo que lo sabes?-arrastré cada sílaba para tratar de demostrarle que no era una gran sorpresa para mí.
Su tartamudeo me irritó aun más.
¡Sal! ¡Vamos vete!
Un cojín purpura dio contra a la cabeza de mi hermano…acababa de llegar de la noche y el olor del vino picado no fue excusa para mí.
De un portazo lo dejé afuera de mi habitación, como si el fuese el único culpable de mi desgracia.
No sé si desgracia podía ser el término, pero frustrada quizás me quedara mejor.
****
Ahora él había sacado del paquete uno de mis cigarrillos y arrugando la cajetilla, la depositó en el cenicero.
Sus rasgados ojos encontraron los míos y cuando acercó sus labios a mi oreja, murmuró apenas audible:
-Lo siento-
Volví a sonreír, ya no con la misma sorna que la primera vez. Ahora la risa era un llanto estrangulado, un sonido grotesco…
Cogiendo a “Berenice” me puse de pie, alcé la vista para alcanzar sus ojos hipócritas y lo besé en la mejilla.
*****
Volví a sentir mi maldita uña roída, pero esta vez la estudié con calma mientras el ómnibus tambaleaba por entre las calles polvorientas.
“Berenice” me echaría de menos pensé mientras tocaba el timbre.
Y el tiempo en que tardó el ómnibus en salir de su vecindario habría sido casi el mismo en que tardó mi hermano en llegar a su casa y hallar su cadáver.
03/05/09
2 comentarios:
Me distraje un rato por acá. Muy entretenidas las historias, el ritmo me recordó un poco a W. Woolf, la descripción del entorno combinado con el jadeo interno...
(hasta que recordé el día en que lo había conocido (algo se apretó contra las paredes de mi estómago.))
Gracias por compartirlo ^^
Wow...muy grato tus comentarios, tambien me gusta tu trabajo no lo dejes...
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