¡Que no!-grité-en la habitación oscura y vacía, el eco de mi voz lejano y agonizante me dio escalofríos.
Grité que no porque en ese instante estaba pensando en Moira y en todas esas cosas que me hacían detestarla y desearla a la vez.
No, no quería volver a sus pies a suplicarle que volviéramos a nuestras bohémicas tardes de consuelo mutuo. El consuelo de tener un alma perdida como la nuestra, libertina y a veces histérica.
¡Ah! Como me podía Moira, ella podía todo conmigo, cuando abría muy seria sus inmensos y gatunos ojos, mi pulso congelaba todas sus funciones.
Sus gestos eran estudiados, era como si me quisiera idiotizar a cada movimiento de sus delgadas manos, a cada lento paseo de su rosada lengua por sus desconcertantes labios. Cuando ladeaba la cabeza coronada de hebras color trigo y reía.
Ella tenía ese poder y para mi joven desgracia ella era plenamente consciente de ello.
¡Que no! Me repetía una y otra vez a mí mismo, quería creer que no estaba tan obsesionado como podría parecer, mientras me decidía a escuchar algo de música para distraer la mente por lo menos un rato.
Pero allí estaba ella, desparramada en todas aquellas notas, era Moira en cada acorde, en cada frase, toda ella cabía en una canción.
Llevando mis nudosos dedos a las sienes lloré...era insoportable toda la belleza y el dolor de oír la misma música que oíamos juntos.
Era recordar como dos manos algún día estuvieron unidas. Como dos ramas de árbol, juntas más distanciadas a la vez.
Era tan desgraciado, lo sabía, pero había algo perversamente placentero en saberme desgraciado.
Saber que mi desgracia sería algo importante en mi vida miserable, un motivo para levantar la nariz y brindar. Eso es linda Moira, soy tan desgraciado gracias a ti...
Las últimas notas de la canción se estaban desvaneciendo junto con la tarde aturdidora,
Junto con los últimos recuerdos y con la poca coherencia que me restaba.
Me asfixiaba dentro de mis jeans y la remera se me pegaba al cuerpo como una reptil piel.
El vaso de whisky sudada y me empedernía en terminarlo una y otra vez para volver a llenarlo, el señor de galera me miraba muy sobrio desde su botella a medio llenar, ¿o vaciar?
Tanto daba, tanto daba todo, la tarde, la noche todo era mareo ya, todo era ganas de saltar por el balcón e ir en busca de Moira.
Pero recordé en medio de mis nauseas algo que era como un sueño, o solo una alucinación azucarada, llena de moscas. Algo que me ardía en el pecho, algo que solo podía ver en flashes colores sepia.
(Pero si al final de cuentas ya no había Moira, ella ya no estaba, no estaba como nunca estuvo en mi maldita vida.)
La imagen se me confundía con las gotas de lluvias distorsionadas en el cristal. Recordaba, o creía hacerlo...
Era ella, Moira seria sentada a mi lado en la cama diciéndome que sí, que yo era parte de su vida pero a su manera, era ella mirándome con esa lástima que solía mirarme a veces cuando todo lo que le ofrecía le parecía demasiado.
Era yo ahogándome en llantos como un niño huérfano y sintiendo su indiferencia filosa sobre mis hombros.
Era ella, arrancando cruelmente mi corazón y dejándolo rodar por los raudales afuera.
¡Siempre era ella!
(Eran mis nudosos dedos apretando aquel grácil y tierno cuello, apretándolos como si de esa manera pudiese dejar de amar, de amar aquel cuello hermoso, aquellos ojos gatunos llenos de lástima)
**
Dando tumbos llegué hasta la otra habitación, allí en la oscuridad pude oír una suave respiración y una ola de alivio recorrió mi espinazo.
Encendí la lámpara y observé la oscura cascada de rizos oscuros desparramados sobre la almohada, aspiré su perfume, sentí en tibio contacto de su brazo moreno.
¿Lloras mi amor?- me preguntó la joven voz de Nadia volviendo de entre los sueños.
¡No!-grité de forma iracunda, ¿cómo podía saber ella que no era Moira?
No, no lo era.
Entibiando mi cama como ella nunca lo hizo, regalándome su amor adolescente como ella nunca lo hizo.
¡Maldita sea! ¿Por qué la vida era tan sarcástica y me regalaba una cosa tan dulce e iluminada como Nadia?
¿Por qué estaba allí al alcance de mis manos?
Duérmete- le ordené mientras apagaba la lámpara y salía a tientas de la habitación.
***
Bajé jadeando hasta el jardín, allí estaba, allí estaba bajo el arbusto de granada, allí estaba ella esperándome.
Moira, mía para siempre, debajo de toda aquella tierra húmeda que tenía algo de su indiferencia, algo de su podrida esencia.