lunes, 5 de noviembre de 2012

"Enclaustro"


 Sarah se miró al espejo, contemplándose se sentía algo perdida.
No sabía si seguía siendo ella, había pasado tanto tiempo.
L0s sonidos en el piso de arriba le llegaban amortiguados, difusos.
Arañó la pared desconchada, se dispuso a masticar un puñado de ladrillos (aquello la tranquilizaba)
La humedad de la estancia había provocado una suerte de moho en sus vestiduras, tenía las rodillas lastimadas y en los pocos lugares que aún no se había arrancado el cabello resaltaban unas mechas rojizas, ralas.
El sótano que alguna vez le había servido de escondite, ahora era su morada y al recordarlo perdía su mente en una especie de sueño, algo que despierta no recordaba.
Tomó de vuelta la escopeta, se sentó en la mecedora, sabía que aún le sobraban insumos para un tiempo, pero lo que no sabía era ¿hasta cuándo tendría que esperar?
En ese instante el picaporte de la puesta hizo un sonido seco. Estremeció-se, el horror le subió con una oleada de frío por todo el delgado cuerpo.
Ahora lo que le separaba del mundo afuera, el mundo del que ella había huido era esa puerta.
Sabía que lo que sea que quisiera atravesar allí no estaba vivo, no más.

miércoles, 1 de agosto de 2012

“Presagio de Agosto”


Era un primero de agosto, lo recuerdo puesto que todos los primeros de agosto suelen ser iguales. Había un ventarrón extraño, de esos que vienen del Norte y hacen ulular pequeños sacos plásticos en los baldíos.
No recuerdo si había luna, o la recuerdo en partes, recortada entre el los bloques de los edificios. Lo que con claridad se quedó en mi memoria fue el olor; si, la noche olía a tierra roja mojándose, quizás por el viento o la nostalgia, ¿Quién sabe?
Estaba cansado, el día había sido largo, caminaba por entre los callejones oscuros arrastrando los pies pesadamente, en cada esquina un guardia nocturno aparecía detrás del pequeño fulgor de su cigarro (podía oír la estática de sus radios zumbando bajito)
Doblé como de costumbre en la última cuadra, decidido a llegar a casa antes de que se desatara la tormenta, los arboles silbaban su melodía de hojas entrechocadas, yo solo pensaba en llegar.
Algo en ese mismo momento ocurrió, para conmoción mía, no sabría realmente calificar el evento, no hay palabras que se ajusten a lo que pude presenciar.
Intentaré explicarlo diciendo que “ella” surgió de la nada, había en sus ojos tanta tristeza que no pude más que atinar a mirarla detenidamente.
Me sonrió, como suelen hacerlo las mujeres cuando saben que su tiempo ha pasado y que solo les resta aquel instante (lo sé porque eh conocido a la mujer que la muerte un día me arrebató)
De su aspecto nada puedo invocar a no ser su belleza melancólica y su mechero de plata brillando en la oscura esquina que mis ojos prepararon para que sea suya.

Lo digo así, lo digo distendidamente, es la única manera que tengo de no perder el juicio, dado que desde aquí no hay mucho que pueda hacer para cambiar lo que ocurrió.
(Sé que algo en ella hizo que volviera a verla, a “ella”, la otra)
Y Ahora la miro en mi cama, parece dormida, como parecía la otra, pero sé que no duerme…no duerme.
Es por eso que yo ya no lucho en contra, siempre que lo hago pierdo.
Por más que mis deseos sean intensos y por más que intente aferrarme a ellos, siempre pierdo.
No son solo mis herramientas de trabajo las que me traicionan, no.
Estoy convencido de que son mis propias manos, sí, ¡las mías! las que tejen esta trama grotesca confabuladas con “ella” a la que nunca puedo vencer.
Siempre termino derrotado, “La Muerte” es una tramposa, al final siempre me arranca a todas aquellas a las que decido amar, siempre cada primero de agosto.

lunes, 16 de julio de 2012

"Os cafés da zona"


Ela olhou para o bule e achou engraçado,
Ninguém começava um conto com a frase
“Em un café perto da favela”.
Os cafés sempre eram em Paris.
Recolheu a xícara e chorou amargamente.
A barriga incomodava um pouco,
Mas logo na vertigem das pílulas tomadas esqueceriam.
Decidiu-se em acreditar no que o futuro
Lhe trouxesse na borra daquele maldito café brasileiro.
A xícara espatifou-se no chão.

martes, 5 de junio de 2012

“La noche del último día del último invierno”


Miro; este infinito cielo que nos cubre (irónicamente nunca lo había visto así)
Hace frío y el vino desciende lentamente hasta nuestras conciencias, nos abriga.
(¡Pavor! mi piel entera lo siente)
El pastizal brilla con esa incandescencia que le da el invierno, la tierra bajo mis pies en cada impulso que tomo para volver a columpiarme  va haciéndose más viscosa.
A mi lado siento que también te deslizas, te columpias, ríes. Todo eso lo haces de manera aleatoria, sé que tu cuerpo está allí, pulsando, lleno de espantos, eres tan joven, frágil - me digo- tus pies en la misma tierra húmeda que está susténtanos/es de noche y todo vibra en un tono que no alcanzo a distinguir (tanto es el terror)
Rio también, es justo –supongo- quizás porque esta noche no me la esperaba, no así, no con tanto horror de por medio.
A lo lejos las sirenas suenan, repetitivamente (esa fúnebre melodía)
Otras parejas también buscaron abrigo en este parque (al cabo que somos predecibles en materia de “últimos instantes”)
¿Ya es tarde? Quiero que lo sea, es absolutamente necesario que sea lo suficientemente tarde para olvidarnos  de todo/s  lo/s  que dejamos atrás.
Sabemos (o tratamos de hacerlo) que vendrán, no nos dejarán aquí… solo de pensarlo, la desesperación entorpece mis sentidos.
Fumo un cigarrillo mientras te doy un beso- por las dudas-no sea cosa que nos encuentren desprevenidos, sin habernos al menos dicho las cosas patéticas que se dicen los que se quieren cuando son conscientes de que aquel es el último instante, el último vaso, el último tacto.
Mi respiración va agitándose, mientras trato de concentrarme solo en tu rostro pálido y perfecto, trato de hacerlo pero veo como tus pupilas dilatadas me exigen una respuesta, una respuesta que no tengo yo, no la tiene nadie…
El parque entero parece llorar con nosotros, sus lúgubres faroles de anoréxicas luces, sus pastizales enfermizos. Las parejas (algunos con niños) son bultos horripilantes en las penumbras, entre destartalados columpios y fuentes mohosas.
*Recuerdo que una vez me preguntaste como lucirían “Ellos” y reímos hasta desternillarnos ¿que sabíamos entonces? ¿Que sabemos ahora?
No importa-me digo mientras busco tu mano tibia, estas tiritando, no es el frio, lo sé.
Te doy una caricia tímida sobre las mejillas,  luego te vuelvo a besar, lo hago desesperadamente, correspondes con la misma necesidad de no apartarme, de creer que es lo único que puedes hacer ahora que sabemos nuestros destinos.
*A lo lejos un niño grita, un largo y espantoso grito, que no se puede, no se debe describir.
Vienen-me dices susurrando, tan cerca tus labios que puedo sentir sus jadeos disimulados, clavo las uñas en tus muslos mientras lloro, primero bajo luego desconsoladamente y te ciño a mi cuerpo.
La última cosa que veo son las sombras, esas largas y finas sombras que van rodeando el parque, luego solo la luz, la luz que todo extingue.

viernes, 6 de abril de 2012

"Celestiales"


Masticó despacio; aquellos confites le parecían familiares.
El platito con los glaseados ahora vacío, miró tristemente.
(Recordó tener no más de 7 años, la torta pomposa, los mismos confites)
Resopló, estaba aburrido, dos horas en la misma confitería aguardando.
Oteo de reojo, la chica/jersey azul se recostaba de forma felina contra el mostrador de magdalenas y bizcochos, le regaló un guiño.
 Irritado, levantó el periódico para resguardarse de aquella criatura del demonio.
Apretó los dedos de la mano en el bolsillo, el metal frió lo apaciguó.
Sonó la campana de la puerta, al abrirse; aquella visión celestial se materializó ante sus ojos.
Era lo que había estado esperando tan impacientemente.
Arrugó un par de billetes y los dejó sobre la mesa, torpemente se puso de pie, dirigiéndose al lavado.
El agua en la cara lo refrescó, se miró al espejo, con los labios temblando.
-No lo harás- se dijo firmemente.
La madre/jersey azul  de la criatura celestial salió del mostrador a recibirla,
Le arregló los rulos y le dio un par de bizcochos para el camino.
La niña/imagen celestial salió de la tienda dando saltitos.
En la plaza cercana Cristiano cubría su rostro cedrino con el periódico mientras apreciaba aquella imagen celestial, apretando fuertemente su rosario con la otra mano.

"El último inmortal"


Él lo veía venir, desde lo más profundo de sus huesos.
La apatía que se había instalado en su estructura molecular era antiquísima,
Más que su propia inmortalidad.
Le sorprendió no sentir antipatía al mirar por la ventana donde bultos oscuros preñaban el cielo anunciando tormenta.
No dejaría que aquella ataraxia dictaminara su humor-Pensó ceñudo.
Aunque sospechase que era exactamente eso lo que le irritaba de sobremanera.
Le afectaba el hecho de no poder salir de aquel estupor, el ignorar.
¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo? Se preguntaba retóricamente, absurdamente.
La vida, su vida, tan infinita como la propia muerte que nunca llegaría.

"De las carnes"

Al atardecer, con los pies descalzos sobre las frías baldosas Melina sentía un entumecimiento consabido en su cuerpo delgado.
Las náuseas habían empezado unos días atrás.
 Desde entonces volvió a revivir cada instante del horror, como autoflagelo.
Todas las madrugadas eran una, la misma en que su pelvis estrujada contra la pared de ladrillos ásperos, la misma en que el gusto de formol en su mordaza.
 Trastornos, el descubrimiento de ese  “algo”.
Melina desvelada aguardando aquellos ángeles de tiza que en sus dorados barcos la salvarán más allá de esa fuente de dolor, más allá de ese amor.
Toma el frasco y se dirige al lavado.
Vuelve a la cama y duerme el sueño de las noches amanecidas.